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La VcM es un asunto masculino

Bloqueando la Violencia Blog

La VcM es un asunto masculino[1]

Compartimos con ustedes la colaboración de nuestro blogger invitado, Manuel

Manuel Bartra Mujica es abogado laboralista, graduado con honores en la Universidad de Lima, con especialidades de post grado en gestión del talento. Además de su actividad profesional, escribe columnas de opinión respecto a sus intereses políticos y sociales.

Para comprobar la importancia del tema “involucramiento de los hombres en la lucha contra la VcM y la promoción de la igualdad de género” no hace falta sino abrir cualquier periódico y constatar ahí los casos de violencia que todos los días hombres cometen contra las mujeres, ya sean cobardes agresiones, golpizas, violaciones o hasta feminicidios. Esto sin contar si quiera el acoso callejero, el hostigamiento sexual laboral y la violencia psicológica, que ocurren con mucha mayor frecuencia aunque no se registren oficialmente, quedando así en el silencioso anonimato y consecuente impunidad. De hecho, la media internacional es quey en lo que respecta a violaciones, el 48% de los casos no se denuncian por miedo, vergüenza o por un injusto sentimiento de culpa, según la ENDES.

Cabe recordarse que según los datos del propio INEI, 7 de cada 10 mujeres son víctimas de violencia física o sexual por parte de sus parejas o ex parejas. Vale decir, 7 de cada 10 peruanos han agredido o agreden física o sexualmente a sus parejas o ex parejas.

Foto: ComVoMujer

Más aún, el tema que hoy nos convoca debería ser obligatorio -tanto en colegios, universidades, empresas y entidades públicas. Dado que esta pandemia es materializada por hombres contra mujeres, es evidente que el involucramiento de hombres es indispensable para frenar esta masacre patriarcal que seguimos arrastrando -consciente e inconscientemente- hace siglos.

Sin embargo, la gran pregunta es cómo involucrar a los hombres en un terreno que -por lo general- nos resulta incómodo, vergonzoso y -a criterio de la mayoría- incluso contraproducente o lesivo a nuestros propios intereses de género. Y es que nada más fácil y cómodo que evitar cuestionarse cuando uno se siente en la cima de la pirámide, en la posición de poder, o cuando se goza de privilegios a causa de la opresión de otros, o en este caso, de otras. Es sabido que a los monstruos no les gusta verse en el espejo.

Acaso los hombres acogerán popularmente que ya no tienen el derecho de esperar que las mujeres les sirvan, les preparen la comida, les laven la ropa, les rindan cuentas, aguanten sus piropos (para no decir sus juicios estéticos sobre el aspecto físico o sexual de mujeres). Todo esto sin mencionar el aspecto emocional y social de sentir que “pierden” el control sobre “sus mujeres”, así como sus hipócritas códigos sexuales donde la mujer que imite el comportamiento machista (tradicionalmente promiscuo) ya no es avalado como un modelo, sino repudiada como una prostituta. Ello sin considerar el control masculino sobre la reproducción que -en realidad- por naturaleza, depende al final de las mujeres y sus cuerpos. Quizás esto explica las millonarias campañas de miedo y odio como la de “con mis hijos no te metas”, que se aferran a mantener el modelo  tradicional que sienten los beneficia.

Foto: ComVoMujer

Sin duda, pocas tareas encierran tanto desafío y dificultad como la de involucrar a los hombres en la lucha contra la VcM que históricamente han y vienen ejerciendo en el día a día.

No obstante a la complejidad de la causa, podemos decir que es difícil pero no imposible y que también encontramos algunos indicios en el avance del movimiento feminista en nuestro mundo, que ya no pasa solo por conquistar el derecho al voto, a divorciarse o al aborto, sino también a tener las mismas oportunidades y derechos que los hombres, tanto en el plano social, laboral, político, religioso y cualquier otro plano de la realidad.

Como parte de esa mitad del planeta que, por el solo hecho de nacer hombre, ostenta un rol social de supremacía sobre la mujer, considero que el involucramiento de hombres en la causa feminista pasa principalmente por 2 aspectos o estrategias: Una idealista-humanista y otra pragmática-utilitaria.

La primera supone reflexionar sobre ideales como la igualdad, la justicia, los derechos humanos y desde ahí proyectar la clase de mundo en el que queremos vivir para procurar alcanzar cierta armonía y felicidad, tanto con nosotros mismos como en nuestras relaciones afectivas y humanas. Si no se cuenta con el idealismo suficiente o con la sensibilidad hacia estos ideales y valores, un segundo nivel pasaría por invocar la empatía hacia las mujeres de nuestra vida, es decir, nuestras madres, hermanas, hijas, pareja, abuelas y nietas para reproducir sobre estas personas cercanas los patrones machistas de violencia y de discriminación tradicional, para que a partir de la identificación emocional hacia las víctimas que uno sí conoce y quiere, se reflexione sobre la conducta de cada uno y su contribución individual para reforzar o -por el contrario- transformar estos mismos patrones que afectan a podrían afectar a esas mujeres. Recién visibilizando la injusticia y personificando el sufrimiento que causa el machismo en las mujeres que conocemos y queremos podremos entender mejor el peligro del machismo y cómo también nos afecta realmente.

Foto: Pixabay

La segunda estrategia -la pragmática o utilitaria- pasa por -obviando los ideales- reconocer que el modelo de masculinidad que nos asigna la sociedad machista -en realidad- ocasiona a través de esos mismos “privilegios” que nos concede una serie de presiones, cargas y limitaciones que terminan afectándonos personalmente y dañando nuestra  relación con las mujeres con quienes interactuamos, principalmente con nuestra pareja.

Es decir, esta estrategia invita a reconocer que por cada ventaja que encontramos en el rol tradicional masculino, hay también una desventaja que nos perjudica emocionalmente y en nuestra calidad de vida. Por ejemplo, al tener que ser “machos” anulamos parte de nuestras emociones y sentimientos, erradicando así nuestro romanticismo, afectando así nuestra capacidad de amar y nuestra ternura. Al ser competitivos, disminuimos o eliminamos nuestra capacidad de cooperación y de solidaridad, que no solamente genera bienestar en la persona que ayuda sino que también abre la posibilidad de recibirla cuando la necesitemos. El ser violentos nos expone al peligro, a la destrucción de nuestras relaciones y finalmente a nuestra propia autodestrucción en términos emocionales y psicológicos. El tener que ser “macho” supone bloquear emociones naturales en todo ser humano como el miedo, la vergüenza o la tristeza -asociadas bajo la óptica machista como femeninas- y al suprimir esos canales expresivos no solo nos reprimimos sino también nos sometemos a una eventual frustración e ira que -precisamente- nos lleva a la violencia que tanto daño hace a los demás y a nosotros mismos.

Foto: Pixabay

En consecuencia, esta estrategia conlleva a entender que existen modelos de masculinidad alternativos al tradicional que hemos socialmente aprendido y que -a diferencia del modelo machista- suponen la posibilidad de desarrollarnos plenamente como seres humanos más completos, equilibrados, integrales, libres y afectivos.

En realidad, estas estrategias no son excluyentes sino pueden ser complementarias en su propósito de generar en el hombre una transformación personal respecto a lo que realmente significa ser hombre frente a la mujer y desde ahí comprometerse verdaderamente a cambiar los patrones socio-culturales machistas, renunciado a esos privilegios que ahora entiende finalmente lo perjudican tanto a él, como a las mujeres de su vida y del mundo. Solo tras esta reflexión personal y comprensión, creo que será posible tener hombres involucrados en la lucha contra la VcM, vale decir, hombres auténticamente feministas. Al menos, esta ha sido mi experiencia como hombre y es mi propósito como aspirante a feminista.

Foto: International Bakery

Por último y desde el sector privado en el que me desenvuelvo hace más de 15 años, sé que es más fácil involucrar a los hombres desde la gestión empresarial, en la medida que para cuidar o mantener sus trabajos, los trabajadores deben obligatoriamente observar y respetar una cultural (muchas veces ajena) que impone la organización verticalmente y si -desde luego- se adopta una cultura empresarial de prevención de VcM y de cero tolerancia frente a la misma (como la nuestra en International Bakery), se puede ir capacitando, orientando, sensibilizando al personal para que también asuman auténticamente esa cultura, ya sea con talleres preventivos dirigido por mujeres hacia mujeres, así como talleres de masculinidades dirigido por hombres hacia hombres. Sin embargo, para que esto sea posible, el requisito esencial es que desde la más alta dirección de la empresa se asuma este compromiso que luego irá permeando -de arriba hacia abajo- a todos los niveles de la empresa. En ese sentido, todo pasa por involucrar al director(a) o dueño(a) de la empresa, o en su defecto, al menos al gerente(a) general en la lucha contra la VcM y equidad de género, de modo que las estrategias de involucramiento de los hombres en la materia (idealista y utilitaria) serán determinantes para el éxito de la causa feminista para beneficio de toda la humanidad.

 

 

[1] Presentación en el primer Coloquio Nacional de Masculinidades en la Pontificia Universidad Católica del Perú, el 27 y 28 de Octubre 2017

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Las Mujeres en el Mundo Laboral

Claudia

El tema del Día Internacional de la Mujer este 2017 es: “Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030″ y es un buen día para reflexionar qué significa esto, tanto para mujeres como hombres, en el contexto de la violencia contra las mujeres.

Es cierto que el porcentaje de participación en la fuerza laboral de las mujeres en América Latina y El Caribe se ha incrementado en los últimos años, aumentando de 44.5% en 1995 a 52.6% en 2015 (ILO, 2016). Y también es cierto que esto no significa, necesariamente, que estos trabajos obtenidos por mujeres son de calidad y libres de violencia de género.

Algunas personas podrán pensar:

En el ámbito laboral se pueden presentar muchos tipos de violencia y es importante visibilizarlos. Un ejemplo es el acoso sexual que se manifiesta de dos formas, una de ellas es como chantaje donde se condiciona a la víctima con la obtención de un beneficio laboral, por ejemplo aumento de sueldo, una promoción o inclusive la permanencia en el empleo, para que acceda a comportamientos de connotación sexual. Otra forma es como ambiente laboral hostil donde la víctima de esta manifestación de violencia afronta situaciones de intimidación o humillación, como el contacto físico innecesario y no deseado, insultos, observaciones, miradas lascivas, bromas e insinuaciones de carácter sexual (OIT, 2013).

Otro ejemplo es la violencia económica, que es la desigualdad en el acceso a los recursos económicos y las propiedades compartidas o a la libre disposición del patrimonio personal de las mujeres. Incluye impedir y/o dificultar el acceso a un puesto de trabajo, por ejemplo cuando no se toma en cuenta a mujeres para cierto tipo de empleos por no considerarlas física o mentalmente capaces, lo que se conoce como segregación horizontal. Un ejemplo del pasado, que sigue ocurriendo en el presente, lo podemos ver en la experiencia de las protagonistas de la película Talentos Ocultos, mujeres que tuvieron que luchar para que sus habilidades matemáticas fueran reconocidas en la NASA al mismo nivel que las de sus compañeros de trabajo hombres.

(Catalyst, 2016)

También podemos reconocer este tipo de violencia en la discriminación que sufren las mujeres al no ser consideradas para una promoción laboral, resultando en distintos niveles, cargos y puestos de jerarquía entre hombres y mujeres, conocido como segregación vertical. Es por ello que no sólo se debe tomar en cuenta el porcentaje de mujeres dentro de una compañía, sino también en qué puestos se encuentran puesto que sólo el 18% de mujeres a nivel Latinoamérica ocupan puestos de liderazgo en la empresa y el 52% de empresas Latinoamericanas no tienen mujeres en puestos de Gerencia (Grant Thornton, 2016). Una de las razones de esta grave situación se debe a la posibilidad de un embarazo y la licencia de maternidad que conlleva, muchas veces considerada como “tiempo perdido”. Y debido a esto, se calcula que sólo el 28% de las mujeres empleadas mundialmente gozan en la práctica de algún tipo de licencia de maternidad (ONU Mujeres, 2015).

Asimismo, cuando se habla de tiempo y el uso de tiempo también se tiene que considerar la carga del trabajo no remunerado que realizan las mujeres, donde se muestran patrones tradicionales de división del trabajo donde las mujeres trabajan, en total, más horas que los hombres cuando se suman las horas destinadas a trabajo remunerado y a trabajo del hogar no remunerado. En el caso de Perú las mujeres tienen una carga total de trabajo de 9 horas con 15 minutos más que los hombres (INEI, 2016), en Ecuador las mujeres trabajan 17 horas con 42 minutos más (INEC, 2012) y en Paraguay se registró una brecha de 6 horas con 7 minutos (DGEEC, 2016).

 

 

Otra manifestación es la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres que tienen el mismo puesto y poseen las mismas funciones, se estima que en América Latina se necesitan US$1.7 billones (que significa un aumento en salarios de 94.5%) para cerrar tanto la brecha salarial como la de participación en el mundo laboral (Action Aid, 2015).

Una de las distintas razones por las que las mujeres sufren de violencia, son las relaciones de poder que experimentan en todos los ámbitos de su vida, y sus lugares de trabajo no son una excepción. Este tipo de relaciones de poder afectan a mujeres en todos los niveles jerárquicos y tipos de trabajo pues puede darse porque las mujeres se encuentran en posiciones de menos poder y más vulnerables, resultando en un indebido uso de autoridad y ejercicio de control sobre otras personas, así como puede darse cuando se les percibe como competidoras por el poder.

¿Qué podemos hacer nosotr*s para ayudar a la transformación del mundo y lograr que las mujeres representen el 50% de un mundo laboral libre de violencia?

El primer paso es aceptar, respetar y promover la diversidad en nuestros lugares de trabajo.

Las personas:

  • Apoyar a las mujeres de nuestra familia cuando tengan que trabajar fuera del horario laboral, no haciéndolas sentir culpables.
  • Hacernos cargo de la parte de los quehaceres del hogar que nos corresponden. Todas las personas que viven en la casa deben compartir las tareas equitativamente y no asumir que siempre será una de las mujeres la encargada.
  • No juzgar ni rechazar a las mujeres que deciden poner sus estudios y su carrera como prioridad, a las que deciden no tener hij*s, ni a las mujeres que deciden tenerl*s y, a la vez, preservar una carrera exitosa.
  • Compartir con tu pareja responsabilidades iguales en el cuidado y crianza de l*s hij*s.
  • No utilizar calificativos despectivos para describir el liderazgo de las mujeres que han conseguido puestos altos en una organización.

Las empresas:

  • Fortalecer los mecanismos que aseguran la protección del derecho a una vida libre de violencia en todas sus formas.
  • Institucionalizar estrategias y medidas de prevención, sanción y reparación para las mujeres que sufren de violencia.
  • Asegurar que las capacitaciones sean en horario laboral y no fuera de éste para poder incluir a quienes tienen responsabilidades de cuidado y crianza.
  • Revisar si en la organización hay puestos que tienen un sexo asignado y de ser así proponer cambios, por ejemplo “personal para secretariado” o “profesional en ingeniería”.
  • Desarrollar campañas informativas y de prevención que pongan en evidencia las formas de violencia y cómo evitarlas.

 

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La violencia contra las mujeres: El Emporio Comercial de Gamarra no está a salvo

Jazmin

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Muchas veces hemos oído hablar del desarrollo de competencias y capacidades que necesitan las empresarias y empresarios para hacer que sus negocios sean exitosos. Pero qué pasa cuando se concentra tanto en estas acciones, que sin lugar a dudas son muy importantes, y se descuidan otras que inclusive no se detectan y pueden ser muy perjudiciales. Este es el caso de la violencia contra las mujeres.

En un sector tan importante como es el sector textil en el Perú, el Emporio Comercial de Gamarra (ECG) es uno de los centros comerciales y de la industria textil más grande de Sudamérica, conformado por 24 mil establecimientos que acogen a 45 mil 688 trabajadoras/es. Donde además, la fuerza laboral femenina representa el 60.4% de la población económicamente activa.

Cuántas veces hemos paseado por estas galerías, reino de los telares, recorrido tiendas, pasillos, y hemos intercambiado sonrisas y preguntas con sus vendedoras y empresarias. Pero alguna vez nos hemos preguntado qué se esconde realmente tras estas sonrisas o atenciones; un puesto vacío o una falla de confección pueden significar mucho más.

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Un reciente estudio realizado por una ganadora del Programa de Becas de Tesis “impacto de la violencia contra las mujeres para las empresas” organizado por la Universidad de San Martín de Porres y el Programa Regional ComVoMujer, ha detectado el cuantioso impacto que la violencia contra las mujeres genera a las empresas del ECG.

Basta con ver los resultados para dar cuenta de la gravedad:

  • El 45% de las trabajadoras fueron agredidas psicológica, física, sexual o económicamente por sus parejas o ex parejas; es decir 14 mil 517 trabajadoras asalariadas afectadas directamente por la VcM. Mientras que el 44.1% de los trabajadores han ejercido algún tipo de violencia contra sus parejas o ex parejas.
  • El ECG pierde 8 millones 888 mil 673 mil dólares por año producto del presentismo de las trabajadoras agredidas y trabajadores agresores.
  • Se pierden 1 millón 239 mil 357 días de trabajo al año como consecuencia de las distracciones laborales y bajo rendimiento (presentismo) de las agredidas y agresores. Cada agresor pierde 64 días de trabajo, 5 días más que las agredidas.
  • Las agresiones no sólo se dieron en el hogar, sino mientras trabajaban (28.2%).
  • Se han cometido errores laborales (agresores=28.8%, agredidas=27.8%) y perdido o malogrado mercadería (agresores= 15.9%, agredidas = 11.7%)
  • 8% de las vendedoras manifiesta haber tenido dificultad en la atención a la clientela.
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