Embarazos adolescentes en zonas rurales del Perú

Kathrin Isabelle

Cuando una niña o una adolescente menor de edad queda embarazada, no es por su voluntad, ni por su deseo personal, sino por falta de cuidado y protección o, peor aún, por violencia.

El año pasado estuve trabajando en un proyecto social en una comunidad instalada en el entorno del vertedero de Cateura, en las afueras de Asunción, la capital de Paraguay. Es una zona aislada y excluída de la sociedad e infraestructura urbana, donde ni siquiera entra la policia. Por lo tanto, el territorio es peligroso no solamente para l*s que lo visitan sino también para l*s que viven allá. En aquel tiempo tuve un encuentro muy chocante. Estaba trabajando con l*s jóvenes de la comunidad, cuando, de repente, una adolescente me miró a los ojos (a mi me parecía aún niña, estimo que tenía unos 14 años) con el estómago muy hinchado y supe de inmediato que estaba embarazada… al ver eso me dio un escalofrío y me pregunté: ¿Por qué ella quedó embarazada si aún es una niña ella misma? 

A nivel global, cada año, cerca de 16 millones de niñas y adolescentes entre 15 y 19 años, y alrededor de 1 millón de niñas menores de 15 años, tienen un embarazo no deseado (OMS, 2014).
Una de las causas más frecuentes de los embarazos adolescentes no deseados es la Violencia contra las Mujeres (VcM) que se basa en la desigualdad de género. La VcM representa una de las peores formas de violación de los derechos humanos que afecta la dignidad de las mujeres y sobre todo de las adolescentes porque la mayoría de las víctimas tienen entre 14 y 18 años de edad.

Foto: La autora

El Perú es un país multiétnico y multicultural, con un 24% de población que se audodefine como indígena (INEI, 2015). En general, las cifras de embarazo adolescente son muy preocupantes y han aumentado, sobre todo, en las poblaciones andinas y amazónicas. 1 de cada 5 adolescentes en la Sierra y 1 de cada 3 en la Selva es madre o está embarazada (INEI, 2016). Se registraron 4 madres menores de 15 años y 11 madres de 15 años de edad por día (RENIEC, 2015).

 

Foto: La autora

Las cifras también muestran la alta tasa de violencia sexual contra niñas y adolescentes. De acuerdo a la legislación, ellas no tienen capacidad para consentir una relación sexual ni un embarazo. Las niñas y adolescentes indígenas, de ámbitos rurales, afrontan una situación de mayor vulnerabilidad y exclusión debido a un alto nivel de pobreza, un bajo nivel de educación y un acceso restringido a la salud pública y al sistema jurídico. En general, las desigualdades sociales se vinculan a las desigualdades económicas, es decir, las personas más pobres cuentan con menos y peores servicios de salud sexual y reproductiva que aquellas con mayores recursos económicos.

Cuando una niña o adolescente queda embarazada, el embarazo es considerado como un alto riesgo tanto para la salud de la madre como la del/la bebé. Este hecho está agravado por el restringido acceso a la salud sexual y reproductiva por barreras territoriales, legales, étnicas y culturales. En consecuencia, muchas de ellas mueren en el parto. Las complicaciones durante un embarazo y el parto del/la bebé son la segunda causa más frecuente de muerte entre las niñas de 15 a 19 años de todo el mundo (OMS, 2014). En las zonas rurales, muchos partos se realizan en el domicilio a causa de barreras geográficas o de insuficientes servicios públicos en esas áreas. Además de los riesgos físicos un embarazo no deseado a una edad tan temprana significa un enorme estrés y presión psicológica y dificulta la vida de la madre, quitándole sus perspectivas de un mejor futuro.

Esta situación plantea un reto al país, en el cual el sector educativo y las políticas públicas juegan un papel fundamental, tanto en la prevención como en la atención de los casos. Para enfrentar esta preocupante situación es imprescindible que se mejore el acceso a la información sexual y a los servicios de salud reproductiva en las zonas alejadas. También, las necesidades específicas de las jóvenes tienen que ser visibles y atendidas en las políticas públicas. En general, la complejidad y severidad de la problemática hace necesario que la solución no se base únicamente en la política o en el sistema de salud, sino también en la educación y, sobre todo, en la capacitación de las niñas, adolescentes y mujeres explicándoles sus derechos de tener embarazos deseados y seguros, así como hij*s san*s y el derecho a vivir una vida libre de violencia.

En las zonas rurales del Perú, persiste una alta prevalencia e impunidad de la VcM. Aunque la mayoría de las comunidades rechaza la VcM, no garantiza la aplicación de sanciones, protección a las víctimas y medidas que eviten la reproducción de estos casos de manera segura y permanente. Aún existen muchos obstáculos prácticos para las mujeres en cuanto al acceso de los sistemas jurídicos para buscar justicia. En este contexto, el problema fundamental es la diferenciación y estigmatización por las diferencias culturales que están vinculadas a los derechos humanos y su garantía. La articulación de acciones intersectoriales es todavía una necesidad no cubierta en las zonas rurales especialmente de la Amazonía y la Sierra, que resulta importante poner énfasis en la construcción de mecanismos socio comunitarios de protección que estén articulados a los sistemas de justicia ordinarios.

Para prevenir la VcM y los embarazos adolescentes es importante trabajar de un enfoque multi-sectorial. En Belén, un distrito de Iquitos en la Amazonía del Perú, donde un tercio de las mujeres han sido madres o han estado embarazadas durante su adolescencia, ya existe una intervención concreta entre el sector público y no gubernamental. Esta intervención incluye entre otros, estudios científicos para tener un sustento teórico, reuniones con actor*s y decisor*s claves, sesiones de análisis y reflexión sobre el embarazo de adolescentes y la VcM dirigidas a niñas y adolescentes, así como visitas domiciliarias educativas. La colaboración entre l*s diferentes actor*s resulta ser eficaz para lograr la instalación y permanencia de factores protectores contra la VcM y el embarazo adolescente.

Fuente: pixabay.com

Para terminar este artículo, quiero destacar una vez más que es sumamente importante asegurar que la generación joven tenga la oportunidad de crecer libres de temores y dolores, para poder desarrollar plenamente su potencial y su personalidad individual y así poder impulsar y fortalecer el desarrollo sostenible de una sociedad integral. ¡Todas tenemos el derecho de vivir una vida libre de violencia y llena de amor!

Fuentes:

  • GIZ (2012). Aprendiendo a escuchar. Las Buenas Prácticas contra la Violencia de Género en Áreas Rurales del Perú. Lima, Perú.
  • INEI (2015). Informe Técnico de la Encuesta Nacional d Hogares 2014. Recuperado de https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1347/libro.pdf.
  • INEI (2016). Perú: Encuesta Demográfica y de Salud Familiar 2015. Recuperado de https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1356/.
  • Ministerio de Educación (2017). Desenrollando la madeja de la impunidad. Recuperado de http://peru.unfpa.org/sites/default/files/pub-pdf/informe-completo-desenrollando-impunidad.pdf.
  • OMS (2014). Adolescent Pregnancy. Fact Sheet. Recuperado de http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs364/en/.
  • RENIEC (2015). Registro Nacional de Identificación y Estado Civil al 2015. Recuperado de http://portales.reniec.gob.pe/web/estadistica/identificada.
  • UNFPA (2017). Ampliando el acceso de adolescentes, jóvenes y mujeres a la salud sexual y reproductiva.
  • UNFPA (2017): Bienestar y desarrollo para cada mujer, adolescente y joven.

 

La VcM es un asunto masculino

Bloqueando la Violencia Blog

La VcM es un asunto masculino[1]

Compartimos con ustedes la colaboración de nuestro blogger invitado, Manuel

Manuel Bartra Mujica es abogado laboralista, graduado con honores en la Universidad de Lima, con especialidades de post grado en gestión del talento. Además de su actividad profesional, escribe columnas de opinión respecto a sus intereses políticos y sociales.

Para comprobar la importancia del tema “involucramiento de los hombres en la lucha contra la VcM y la promoción de la igualdad de género” no hace falta sino abrir cualquier periódico y constatar ahí los casos de violencia que todos los días hombres cometen contra las mujeres, ya sean cobardes agresiones, golpizas, violaciones o hasta feminicidios. Esto sin contar si quiera el acoso callejero, el hostigamiento sexual laboral y la violencia psicológica, que ocurren con mucha mayor frecuencia aunque no se registren oficialmente, quedando así en el silencioso anonimato y consecuente impunidad. De hecho, la media internacional es quey en lo que respecta a violaciones, el 48% de los casos no se denuncian por miedo, vergüenza o por un injusto sentimiento de culpa, según la ENDES.

Cabe recordarse que según los datos del propio INEI, 7 de cada 10 mujeres son víctimas de violencia física o sexual por parte de sus parejas o ex parejas. Vale decir, 7 de cada 10 peruanos han agredido o agreden física o sexualmente a sus parejas o ex parejas.

Foto: ComVoMujer

Más aún, el tema que hoy nos convoca debería ser obligatorio -tanto en colegios, universidades, empresas y entidades públicas. Dado que esta pandemia es materializada por hombres contra mujeres, es evidente que el involucramiento de hombres es indispensable para frenar esta masacre patriarcal que seguimos arrastrando -consciente e inconscientemente- hace siglos.

Sin embargo, la gran pregunta es cómo involucrar a los hombres en un terreno que -por lo general- nos resulta incómodo, vergonzoso y -a criterio de la mayoría- incluso contraproducente o lesivo a nuestros propios intereses de género. Y es que nada más fácil y cómodo que evitar cuestionarse cuando uno se siente en la cima de la pirámide, en la posición de poder, o cuando se goza de privilegios a causa de la opresión de otros, o en este caso, de otras. Es sabido que a los monstruos no les gusta verse en el espejo.

Acaso los hombres acogerán popularmente que ya no tienen el derecho de esperar que las mujeres les sirvan, les preparen la comida, les laven la ropa, les rindan cuentas, aguanten sus piropos (para no decir sus juicios estéticos sobre el aspecto físico o sexual de mujeres). Todo esto sin mencionar el aspecto emocional y social de sentir que “pierden” el control sobre “sus mujeres”, así como sus hipócritas códigos sexuales donde la mujer que imite el comportamiento machista (tradicionalmente promiscuo) ya no es avalado como un modelo, sino repudiada como una prostituta. Ello sin considerar el control masculino sobre la reproducción que -en realidad- por naturaleza, depende al final de las mujeres y sus cuerpos. Quizás esto explica las millonarias campañas de miedo y odio como la de “con mis hijos no te metas”, que se aferran a mantener el modelo  tradicional que sienten los beneficia.

Foto: ComVoMujer

Sin duda, pocas tareas encierran tanto desafío y dificultad como la de involucrar a los hombres en la lucha contra la VcM que históricamente han y vienen ejerciendo en el día a día.

No obstante a la complejidad de la causa, podemos decir que es difícil pero no imposible y que también encontramos algunos indicios en el avance del movimiento feminista en nuestro mundo, que ya no pasa solo por conquistar el derecho al voto, a divorciarse o al aborto, sino también a tener las mismas oportunidades y derechos que los hombres, tanto en el plano social, laboral, político, religioso y cualquier otro plano de la realidad.

Como parte de esa mitad del planeta que, por el solo hecho de nacer hombre, ostenta un rol social de supremacía sobre la mujer, considero que el involucramiento de hombres en la causa feminista pasa principalmente por 2 aspectos o estrategias: Una idealista-humanista y otra pragmática-utilitaria.

La primera supone reflexionar sobre ideales como la igualdad, la justicia, los derechos humanos y desde ahí proyectar la clase de mundo en el que queremos vivir para procurar alcanzar cierta armonía y felicidad, tanto con nosotros mismos como en nuestras relaciones afectivas y humanas. Si no se cuenta con el idealismo suficiente o con la sensibilidad hacia estos ideales y valores, un segundo nivel pasaría por invocar la empatía hacia las mujeres de nuestra vida, es decir, nuestras madres, hermanas, hijas, pareja, abuelas y nietas para reproducir sobre estas personas cercanas los patrones machistas de violencia y de discriminación tradicional, para que a partir de la identificación emocional hacia las víctimas que uno sí conoce y quiere, se reflexione sobre la conducta de cada uno y su contribución individual para reforzar o -por el contrario- transformar estos mismos patrones que afectan a podrían afectar a esas mujeres. Recién visibilizando la injusticia y personificando el sufrimiento que causa el machismo en las mujeres que conocemos y queremos podremos entender mejor el peligro del machismo y cómo también nos afecta realmente.

Foto: Pixabay

La segunda estrategia -la pragmática o utilitaria- pasa por -obviando los ideales- reconocer que el modelo de masculinidad que nos asigna la sociedad machista -en realidad- ocasiona a través de esos mismos “privilegios” que nos concede una serie de presiones, cargas y limitaciones que terminan afectándonos personalmente y dañando nuestra  relación con las mujeres con quienes interactuamos, principalmente con nuestra pareja.

Es decir, esta estrategia invita a reconocer que por cada ventaja que encontramos en el rol tradicional masculino, hay también una desventaja que nos perjudica emocionalmente y en nuestra calidad de vida. Por ejemplo, al tener que ser “machos” anulamos parte de nuestras emociones y sentimientos, erradicando así nuestro romanticismo, afectando así nuestra capacidad de amar y nuestra ternura. Al ser competitivos, disminuimos o eliminamos nuestra capacidad de cooperación y de solidaridad, que no solamente genera bienestar en la persona que ayuda sino que también abre la posibilidad de recibirla cuando la necesitemos. El ser violentos nos expone al peligro, a la destrucción de nuestras relaciones y finalmente a nuestra propia autodestrucción en términos emocionales y psicológicos. El tener que ser “macho” supone bloquear emociones naturales en todo ser humano como el miedo, la vergüenza o la tristeza -asociadas bajo la óptica machista como femeninas- y al suprimir esos canales expresivos no solo nos reprimimos sino también nos sometemos a una eventual frustración e ira que -precisamente- nos lleva a la violencia que tanto daño hace a los demás y a nosotros mismos.

Foto: Pixabay

En consecuencia, esta estrategia conlleva a entender que existen modelos de masculinidad alternativos al tradicional que hemos socialmente aprendido y que -a diferencia del modelo machista- suponen la posibilidad de desarrollarnos plenamente como seres humanos más completos, equilibrados, integrales, libres y afectivos.

En realidad, estas estrategias no son excluyentes sino pueden ser complementarias en su propósito de generar en el hombre una transformación personal respecto a lo que realmente significa ser hombre frente a la mujer y desde ahí comprometerse verdaderamente a cambiar los patrones socio-culturales machistas, renunciado a esos privilegios que ahora entiende finalmente lo perjudican tanto a él, como a las mujeres de su vida y del mundo. Solo tras esta reflexión personal y comprensión, creo que será posible tener hombres involucrados en la lucha contra la VcM, vale decir, hombres auténticamente feministas. Al menos, esta ha sido mi experiencia como hombre y es mi propósito como aspirante a feminista.

Foto: International Bakery

Por último y desde el sector privado en el que me desenvuelvo hace más de 15 años, sé que es más fácil involucrar a los hombres desde la gestión empresarial, en la medida que para cuidar o mantener sus trabajos, los trabajadores deben obligatoriamente observar y respetar una cultural (muchas veces ajena) que impone la organización verticalmente y si -desde luego- se adopta una cultura empresarial de prevención de VcM y de cero tolerancia frente a la misma (como la nuestra en International Bakery), se puede ir capacitando, orientando, sensibilizando al personal para que también asuman auténticamente esa cultura, ya sea con talleres preventivos dirigido por mujeres hacia mujeres, así como talleres de masculinidades dirigido por hombres hacia hombres. Sin embargo, para que esto sea posible, el requisito esencial es que desde la más alta dirección de la empresa se asuma este compromiso que luego irá permeando -de arriba hacia abajo- a todos los niveles de la empresa. En ese sentido, todo pasa por involucrar al director(a) o dueño(a) de la empresa, o en su defecto, al menos al gerente(a) general en la lucha contra la VcM y equidad de género, de modo que las estrategias de involucramiento de los hombres en la materia (idealista y utilitaria) serán determinantes para el éxito de la causa feminista para beneficio de toda la humanidad.

 

 

[1] Presentación en el primer Coloquio Nacional de Masculinidades en la Pontificia Universidad Católica del Perú, el 27 y 28 de Octubre 2017

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LA NATURALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA, MÁS CERCA DE LO QUE CREEMOS…

Sarahi

LA NATURALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA, MÁS CERCA DE LO QUE CREEMOS…

El problema de las mujeres siempre ha sido un problema de hombres…

Simone de Beauvoir

 

La violencia contra las mujeres es una violación a los derechos humanos y por su frecuencia, manifestaciones e impactos es necesario analizarla como violencia sistemática que debe enfrentarse de manera integral y que compete a divers*s actor*s y a la sociedad en su conjunto.

La violencia contras las mujeres (VcM) se sustenta en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, sostenidas por estructuras sociales y culturales que las legitiman y respaldan.  De esta manera, se mantienen los mecanismos de control sobre los cuerpos y vidas de las mujeres, impidiendo el goce pleno de sus derechos, en particular a la integridad y su desarrollo personal.

Resulta fundamental tomar en cuenta otras interseccionalidades con las cuales se recrudece la violencia hacia las mujeres como la clase social, etnia, orientación sexual, entre otras.

Partiendo de esta premisa, en el caso ecuatoriano,  podemos distinguir la prevalencia y niveles más altos de VcM  en indígenas y afroecuatorianas con porcentajes del 67,8% y del 66,7% respectivamente, frente a un 59,1% de las mujeres mestizas.[1]

Entender la violencia como parte de un sistema patriarcal pero también, sexista, racista, colonial, es necesario para identificar las causas, intereses y relaciones de poder que mantienen la violencia como forma de control, dominio y subordinación de las mujeres.

En un reciente estudio llamado “Sí pero no. La aceptación implícita de la violencia contra las mujeres en el Perú”, se demuestra claramente que la postura de rechazo frontal a la VcM es cada vez mayor y que, en efecto, rechazarla disminuye las agresiones perpetradas por los violentadores. Sin embargo, esta postura sigue siendo superficial pues se evidencia que un 45% de hombres justificarían una potencial agresión física contra una mujer por alguna razón.

Las actitudes sí influyen en los niveles de violencia pues las personas con actitudes que justifican o son favorables a la VcM experimentan más violencia, ya sea como agredidas o como agresores, esto se demuestra con los resultados del estudio antes mencionado, por ejemplo:

“El 59.6 % de estudiantes que acepta explícita e implícitamente la VcM y la subordinación y que al mismo tiempo experimentan VcM en el último año, tienen un promedio de 22 ataques por año, mientras que aquellos que la rechazan explícitamente pero que a pesar de ello también han experimentado VcM durante el último año (29.3 %), tienen un promedio de 3.8 ataques”[2].

 

A esta evidencia se debe agregar el grado de naturalización y  consecuente absolución que esperan los agresores, pues el 50.5% de ellos no sabe si sus parejas los perdonarían, mientras que el 95% de las mujeres mencionan claramente que no los perdonarían. De igual forma, se contrastan las consecuencias esperadas, por un lado los hombres creen que solo 39.5% de sus parejas les denunciarían mientras que un 76.4% de las mujeres dijeron que sí los denunciarían[3].

También resulta alarmante que el 85% de hombres que rechazan explícitamente la subordinación y VcM, implícitamete las justifiquen.  Es decir, que las actitudes que se reproducen de manera inconsciente, directa, sin meditación cognitiva, automáticamente pasan por una serie de justificativos que van desde la instrumentalización, culpabilización, minimización, negación o hasta la indefensión.[4]

En el caso de las mujeres, del total que rechaza la subordinación y la VcM, el 71% la justificaría implícitamente, es decir, de cada 100 personas que rechazan la violencia solo 14 hombres y 29 mujeres realmente la hacen.[5]

Bajo este complejo entramado de complicidad, naturalización e impunidad, reafirmar el compromiso de combatir la violencia contra las mujeres y priorizar así el trabajo de prevención, visibilización, denuncia y tolerancia cero debe ser una prioridad para el conjunto de la sociedad.

[1] Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género. INEC 2011

[2] Ibídem pág. 71.

[3] Ibídem pág. 60

[4] Ibídem, pág. 34

[5] Ibídem, pág. 65

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